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"...como un niño en brazos de su madre"

Foto del escritor: carmelitas aracenacarmelitas aracena

Salmo 131 (130)


Compartimos la meditación del encuentro de oración con la familia carmelita que hemos tenido esta semana. Os invitamos a orar con el salmo 131 (130) que, como un eco del Evangelio del pasado domingo (Mc 10,35-45) nos llama a abandonar todo deseo de grandeza, toda ambición humana, para descansar en Dios y vivir el gozo de la confianza plena en Él, y en sus caminos.

Oración inicial

Señor Jesús,

presente en el Sagrario para darnos Vida,

danos tu Santo Espíritu.

Queremos nacer de nuevo,

aprender a ser como niños,

puros, humildes, sencillos de corazón.

 

Madre,

intercede por nosotros tus hijos,

enséñanos a menguar para crecer.

Silencia de nuestra alma,

acalla nuestros deseos,

para poder orar

aprenderlo todo de tu Hijo Jesús,

y entrar como niños

en el Reino.

 

Santa Teresita,

Maestra de infancia espiritual,

ruega por nosotros.




Salmo 131 (130)

Canción de las subidas. De David.

Señor, mi corazón no es ambicioso,

ni mis ojos altaneros;

no pretendo grandezas

que superan mi capacidad. 

 

Sino que acallo y modero mis deseos,

como un niño en brazos de su madre;

como un niño saciado

así está mi alma dentro de mí. 

Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.

 

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio ahora y siempre

por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

“SEÑOR MI CORAZÓN NO ES AMBICIOSO”

Este breve salmo desarrolla un tema esencial en la vida cristiana:  la infancia espiritual. De modo espontáneo en el Carmelo nuestro pensamiento se dirige inmediatamente a nuestra querida santa Teresita, a su «caminito», a su «permanecer pequeña» para «estar entre los brazos de Jesús».

La gran tentación en nuestra vida es la soberbia, que nos lleva a querer ser como Dios, árbitros del bien y del mal. Y a creer que somos nosotros los que sabemos lo que nos conviene, los que tenemos que decirle a Dios cómo tienen que ser las cosas, como Juan y Santiago «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir... uno a tu derecha y otro a tu izquierda».

La soberbia, que destruye todas las virtudes en su conjunto, se contrapone al abandono y a la confianza humilde en el Señor que nos da la Vida.

Sabemos cuanto sufrimiento genera la ambición en el mundo: guerras, injusticias, angustias, muerte y desolación. Y también reconocemos como también se asoma a nuestro corazón el deseo de grandeza, de destacar, el creernos mejores que los demás, y la turbación que conlleva no aceptar con paz nuestras limitaciones.


Pidamos a Dios luz para reconocer nuestras grandes y pequeñas ambiciones con humildad, para poder renunciar con sinceridad a todas ellas. Recemos en el silencio de nuestro corazón las primeras líneas de este salmo transformándolo en súplica:

Señor, que mi corazón no sea ambicioso,

ni mis ojos altaneros;

ayúdame a no pretender grandezas”



“ACALLO Y MODERO MIS DESEOS”

Para comprender en qué consiste de verdad “acallar y moderar los deseos” podemos contemplar a Jesucristo en Getsemaní. Llega con una inmensa carga de angustia y confía su deseo a su Padre, entre gemidos, lágrimas y sudor de sangre: “¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz.” Pero aún en medio de su angustia sigue confiando del todo en su Padre, por eso continua “Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres”. Su deseo se reorienta en la oración, y el “pase de mí este cáliz”, desemboca en “hágase tu voluntad”. Y es ahora cuando Jesús descansa “como un niño en brazos de su madre”, y en el regazo de la voluntad del Padre que es su alimento, se encuentra “saciado” de fuerza para abrazar el camino del Calvario.


En su Presencia, abre tu corazón al Señor, dile hoy todos tus miedos, tus resistencias, lo que te angustia. Confíale en silencio tu deseo de recorrer su mismo itinerario y pídele que sea Él en ti. Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Nada temo porque Tú vas conmigo.


“COMO UN NIÑO EN BRAZOS DE SU MADRE”

La imagen del niño en brazos de su madre expresa la piedad más profunda de la fe del verdadero creyente, que confía plenamente en Dios, que sabe que de Él recibe todo lo que necesita, que no teme porque conoce su Amor y su Poder que jamás le abandona. Este salmo trae a nuestro corazón la invitación de Jesús a hacernos niños para entrar en el Reino de los cielos (Mt 18,3). Vienen también a nuestra memoria otros salmos que nos hablan de este amor tierno y maternal de Dios por cada uno de nosotros. «Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios» (Sal 21,11). «Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá» (Sal 26,10). «Tú, Dios mío, eres mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías» (Sal 70,5-6). O la profecía de Oseas: «Cuando Israel era niño, yo lo amé (...). Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer» (Os 11,1.4).


En el silencio más profundo de tu corazón, allí donde Dios habita, descansa en el Señor, y aunque camines por cañadas oscuras, ten la certeza de que estás en sus brazos.


“ESPERE ISRAEL EN EL SEÑOR”

Los repetidos fracasos y derrotas, las dificultades y noches de nuestra vida quieren conducirnos, a poner nuestra esperanza en otro tipo gloria y de salvación, que no mira a lo terreno y caduco, sino a lo eterno. Hagamos nuestra esta plegaria de infancia espiritual, dejémonos llevar a una oración sumergida en la confianza y en la humildad. Hacernos pequeños, aprender de Cristo “manso y humilde de corazón” es la clave para entrar en el descanso, en la Vida eterna que empieza a gustarse ya en esta vida, cuando nos abandonamos plenamente a la voluntad de Dios.


Confesemos hoy también nosotros como Pueblo santo, como familia, como Iglesia nuestra confianza plena en Dios “ahora y siempre”. Dios conoce nuestro corazón y nos ama. Busquemos en la Iglesia el alimento que nos sacia: CRISTO EL SEÑOR para poder vivir una vida interior profunda que nos haga “otro Cristo, otra María” para nuestro mundo, portadores de la ternura de Dios para todos.

Oración final

Señor Jesús, en cuyo obsequio vivimos

enséñanos a lanzarnos con confianza

en los brazos amorosos del Padre,

que con entrañas maternas

nos ama y vela por nosotros.

Ayúdanos a abrazar su voluntad,

a no dudar nunca de su amor

Te entregamos todo el dolor

que causa la soberbia y la ambición

en el mundo

guerras, divisiones, injusticias

e inquietudes de todo tipo

amenazan nuestro corazón

y nos roban la paz.

Ten misericordia de nosotros, Señor y danos tu paz.






Santa Teresita del Niño Jesús, ruega por nosotros

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