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-BREVE RESEÑA
HISTORICA-

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500 AÑOS

PARA ALABANZA DE SU GLORIA

Lo más hermoso de nuestra historia, el día a día de tantas hermanas que nos precedieron, sus alegrías y dificultades, el paso de Dios por sus existencia y su entrega oculta dentro de los muros de este monasterio por la salvación de las almas, -como ellas mismas seguramente desearon-, tan solo lo guarda el "archivo" del Padre "que ve en lo secreto" (Mt 6, 4).

 

Pero sirva este breve apunte histórico que compartimos -escrito por D. Pedro Godoy con maestría y gran cariño hacia el Carmelo- para ver como es Dios quien lleva nuestra historia, quien manifiesta su Amor providente por esta comunidad cada día y ha mantenido la llama encendida del amor y la oración en estos claustros hasta el día de hoy. Nuestra vida descansa en sus manos, abiertas a su querer para dar vida a la Iglesia y que su Amor sea conocido por todos. también en el momento presente

"LO QUE SE VE PASA, LO QUE NO SE VE ES ETERNO"

(2COR 4, 18)

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Aracena alberga una de las comunidades femeninas probablemente más antiguas del Carmelo ibérico. Los cronistas datan su fundación en 1536, cuando las hermanas Castilla Infante se sujetaron a la obediencia de la Orden. Pero como beaterio, en realidad, había nacido bastante tiempo atrás, quizá incluso antes de 1486, porque ya entonces moraban en la villa algunas beatas cuya filiación hoy desconocemos, pero que bien pudieron pertenecer a uno de los numerosos grupos de beatas carmelitas que poblaron la geografía andaluza desde las postrimerías de la Baja Edad Media.

El arzobispo de Sevilla encomendó a la nueva comunidad la contigua ermita de Santa Catalina, levantada sobre una antigua mezquita y regentada hasta entonces por la cofradía homónima, a la que el monasterio debe su –poco carmelita- advocación. Hoy constituye uno de los escasos ejemplares onubenses conservados del gótico mudéjar andaluz.

Emplazado en una villa de los confines de la archidiócesis, a la que no llegarían los frailes hasta 1557, e incapaz de mantener capellanes carmelitas por la pobreza de sus recursos, el cenobio se sujetó muy pronto a la jurisdicción de la mitra hispalense, bajo cuyo gobierno ha permanecido desde entonces.

Pese a las dificultades iniciales, el monasterio prosperó gracias, por un lado, a la ausencia de competencia en la villa hasta mediados del siglo XVII, y, por otro, al patrocinio de ilustres aracenenses, como Juan Gutiérrez Tello de Guzmán, comendador de la orden de San Juan de Jerusalén, o el presbítero Bartolomé Vázquez, cuyos restos mortales descansan en una de las capillas de la iglesia. Para ella precisamente talló el flamenco Juan Giralte en 1563 el hermoso retablo renacentista que la presidió durante siglos y cuyas tablas se exhiben hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Santa Catalina atravesó sus mejores momentos durante el siglo XVII. En la primera mitad lo habitaron algunas de sus más venerables religiosas, como Rufina de Jesús o Ana Infante de San Jacinto, de cuyas ejemplares biografías guarda hoy memoria el Archivo del Postulador de la Orden en Roma; en la segunda mitad, la comunidad alcanzó su cénit, llegando a superar el medio centenar de religiosas.

La caída de un rayo en 1686 y la destrucción del campanario pareció anunciar la decadencia de los siglos siguientes. Como casi todos los conventos de la España de la Ilustración, el de Aracena también sufrió durante el Setecientos una progresiva disminución del número de profesiones y, asociada a ella, una drástica reducción de los ingresos que lo arrastró a una penosa situación financiera de la que ya nunca se recuperaría.

Desde principios del siglo XIX, una comunidad reducida a poco más de una docena de religiosas sufrió con resignación el expolio de sus bienes y varias exclaustraciones temporales: primero, por las tropas napoleónicas, que se acuartelaron en el convento, convirtieron su iglesia en caballeriza, saquearon cuanto pudieron y causaron graves destrozos en el archivo y la biblioteca, mutilando así para siempre la memoria histórica de la institución; después, por las leyes desamortizadoras, que expropiaron el patrimonio de las religiosas adquirido con sus propias dotes; y ya en el siglo XX, por la destrucción de los pocos bienes de valor que quedaban, como alguna escultura de Pedro Roldán y algún lienzo de Ribera, que desaparecieron para siempre en las hogueras de la intolerancia durante la Guerra Civil.

Hoy, después de algunos avatares y gracias a la generosidad de otros conventos, como el de Utrera, del que recibió un importante refuerzo en los años cincuenta, pervive en el convento de Aracena una comunidad con un indudable carisma: su cariñosa hospitalidad.

(Publicado en la revista Escapulario del Carmen. Marzo 2023)

"EL QUE HACE

LA VOLUNTAD

DEL PADRE

PERMANECE

PARA SIEMPRE"

(1JUAN 2,15)

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