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-EL CARMELO-

DON DE DIOS

A SU IGLESIA
Y A LA HUMANIDAD

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"Este camino es santo y bueno ¡seguidlo!" 
Regla del Carmelo [21]

En medio de la inmensa riqueza de carismas que embellecen a la Iglesia, las monjas carmelitas vivimos como gracia nuestra pertenencia a la GRAN FAMILIA DEL CARMELO, en la que frailes, monjas, hermanas de vida activa y laicos viven del manantial espiritual nacido de nuestra Regla, enriquecido a lo largo de los siglos por todos los que lo vivieron, especialmente por nuestros santos.

 

Camino santo y bueno, probado en el tiempo y con innumerables frutos de santidad. Senda de vida interior trazada por el Espíritu Santo a la luz de la Palabra que nos conduce de la esclavitud del propio yo, a la tierra prometida de la intimidad con Dios y del amor oblativo a los hermanos.

 

Nuestro carisma es una “PALABRA DE VIDA” para nuestra generación -sumida tantas veces en el ruido, las prisas y la superficialidad- que siente el vacío de quien descuida e incluso olvida que tiene alma. El Carmelo evoca en nuestro interior la belleza y la fecundidad, nos habla de oración y contemplación, llamándonos a prestar atención y cuidado a nuestro corazón, donde Dios habita y nos espera para darnos Vida en abundancia.

Para cada una de nosotras todo comenzó en el bautismo, pero nuestro ser carmelita da una belleza especial a nuestra consagración bautismal. Es la belleza del Carmelo -el monte de Elías-, que nos urge a ser profecía para nuestro mundo, anuncio callado del Dios vivo y verdadero. Es la belleza de María, verdadera contemplativa, ternura de Madre, Hermana y Maestra que acompaña como guía, nuestro vivir en obsequio de Jesucristo en este "Monte Santo" implorando la lluvia de la gracia para toda la humanidad.

"Tiene la belleza del Carmelo...

contemplarán la gloria del Señor"

(Isaías 35,2))

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El Carmelo está llamado a ser un oasis de contemplación y de espiritualidad
donde el hombre pueda encontrar los auténticos valores del espíritu...
un camino para el crecimiento interior
encaminado hacia la unión cada vez más profunda con Dios”

San Juan Pablo II, 1995

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