JESUCRISTO
In obsequio
Jesu Christe
Las monjas carmelitas vivimos en obsequio de Jesucristo con María, dejando que Dios haga de nosotras una “palabra” profética para el mundo, bajo la inspiración del santo profeta Elías.
Nuestra existencia es un don total a Cristo Señor, como acto vital de humilde adoración, acción de gracias y ofrenda de amor. Pero todo es Gracia, ya que no hacemos más que entregarle lo que Él mismo nos regala cada día. Suyo es el poder, la gloria y la alabanza (Cf. 1Cro 29,11; Ap. 1,6).
Jesucristo es nuestra Vida, su Amor hasta el extremo (Jn. 13,1) da sentido e ilumina nuestra historia, y es la alegría profunda que permanece en lo más hondo de nuestro corazón y que queremos llevar al corazón de nuestros hermanos. Perla preciosa por la que merece la pena dejar todo (Mt. 13, 46).
Él, -por puro amor-, ha querido contar con nuestra pobreza y pequeñez, como cauce de su Misericordia para la humanidad sedienta y herida, a través de una vida de oración y fraternidad totalmente consagrada a Él.
Los primeros carmelitas que iniciaron nuestra forma de vida en el Monte Carmelo en el s. XIII, nos legaron una preciosa herencia espiritual, pero, como queriendo abrir una senda de humildad y discreción, en la que el único protagonismo sea el de Cristo, no dejaron constancia ni de sus nombres. Por eso en nuestra Orden no hay fundadores que atraigan nuestras miradas, a los que queramos imitar. Son muchos los hermanos y hermanas santos, que nos preceden, acompañan e iluminan el camino a seguir, pero nuestro corazón y nuestra mirada permanecen fijos en Cristo.
Así, somos llamadas a permanecer con Él, meditando su Palabra y velando en oración. Aprenderlo todo de Él, que se despojó de su rango... hasta la muerte de cruz por nuestra salvación, afrontando desde la fe, la esperanza y la caridad, el combate que supone el amor fiel. Vivir de su Amor y dejarnos transformar por Él: esa es nuestra vida.
La clausura:
intimidad con Cristo Esposo
En el Carmelo, Cristo -obediente, pobre y casto- ha hecho alianza con cada una de nosotras. Él nos ha elegido como esposas, tomando posesión de toda nuestra capacidad de amar, llamándonos a ser en la Iglesia corazón orante que palpite al compás del Corazón Inmaculado de María, y viva como Ella la maternidad espiritual. Así, de una forma misteriosa pero real, la carmelita encuentra y recibe de Cristo a sus hermanos como hijos e hijas por los que dar la vida, unida a María al pie de la Cruz.
En este contexto la clausura es para nosotras un don precioso, expresión de amor y dedicación total a Él, que favorece y custodia la intimidad con Dios necesaria para vivir con fidelidad nuestra vocación contemplativa.
“la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”
(Os. 2, 16)
El monasterio, nuestro monte santo, es espacio de libertad, lugar sagrado de encuentro con Cristo Esposo que nos habla al corazón en el silencio y la soledad como “brisa suave”, y terreno fecundo de misión, conscientes de que “mientras Moisés tenía los brazos en alto vencía Israel; mientras los tenía bajados, vencía Amalec” y como continúa diciendo la Escritura “el Señor está en guerra con Amalec de generación en generación” (Éxodo 17, 8-16). No podemos ignorar que en el hoy de nuestra historia el demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar (1Pe 5, 8), intentando alejar a los hombres de Dios y atraparlos en las redes del pecado, que conducen al vacío y a la muerte. Por eso el Santo Padre Francisco, nos exhorta así:
“las suertes de la humanidad se deciden
en el corazón orante
y en los brazos levantados de las contemplativas.
Por ello sed fieles -según vuestras constituciones-
a la oración litúrgica y a la oración personal, ...
no anteponer nada al opus Dei,
para que nada obstaculice, nada os separe,
nada se interponga
en vuestro ministerio orante”
(Vultum Dei quarere 17)
"El alma necesita silencio para adorar"
(Santa Isabel de la Trinidad)