NUESTRA VIDA:
LLAMADAS A SER OTRA MARÍA
Hágase en mi
En la escuela de María, nuestra maternidad espiritual, se realiza en el Monasterio bajo apariencias sencillas y humildes, como las que rodearon la vida oculta del Señor en Nazaret con María y José, en un ambiente fraterno de verdadera familia entretejido de oración, trabajo y fraternidad, donde lo pequeño se hace grande por el Amor y donde, ocultas a los ojos del mundo, buscamos tan sólo agradar al Padre, vivir su voluntad, dejando que se "encarne" en nosotras la Palabra.
La fraternidad es esencial en el Carmelo. Vivimos en comunidad unidas a las hermanas, con las que compartimos la dicha de una misma llamada y misión. Las hermanas no se eligen sino que se reciben como don precioso de Dios, que nunca agradeceremos lo suficiente, ya que en la convivencia somos enriquecidas a la vez que purificadas del egoísmo, aprendiendo a amar como Cristo y a dar la vida unidas a Él “con un solo corazón y una sola alma” (Hch. 4,32). Esta comunión profunda en la diversidad, no nace de sentimientos naturales de afinidad, se realiza en Cristo y es obra del Espíritu en cada una de nosotras.
La Eucaristía celebrada, vivida y adorada es el "Corazón" de cada jornada. En ella, unidas a Cristo y en Él a toda la Iglesia del cielo de la tierra, nos ofrecemos cada día al Padre en el deseo ardiente de que su Amor llegue a todos los hombres. En ella somos instruidas por su Palabra y recibimos el don supremo de su Cuerpo y Sangre que nos fortalece para ser también nosotras Eucaristía “pan partido y sangre derramada” en lo cotidiano donde, por la unión con Cristo, hasta lo más pequeño vivido con amor, adquiere un valor eterno de redención, sin límites de acción en el tiempo y en el espacio.
Todo
por amor.
Por Cristo,
con Él
y en él
Nuestra jornada
La “llama” de la unión con Dios, renovada en cada Eucaristía debe arder sin apagarse a lo largo del día, y es cuidada y sostenida por la Liturgia de las Horas y por la oración personal que la avivan, haciendo posible que todo lo que acontece sea vivido en actitud contemplativa “velando en oración” (Regla [10]).
La Liturgia de las Horas (Regla [11]) nos convoca para la oración comunitaria en el coro ante Jesús Sacramentado, en distintos momentos de del día -antes del amanecer, a primera hora de la mañana, al mediodía, al comienzo y al final de la tarde y antes del descanso-, haciendo memoria de los misterios de la vida de Cristo asociados a esa hora del día. De este modo la liturgia de las horas rezada o cantada solemnemente renueva y extiende a todos los momentos del día la gracia de la Eucaristía y los llena de Dios.
Para nosotras es un gozoso deber la misión de adorar, dar gracias a Dios e interceder incesantemente por toda la humanidad. Es el Espíritu Santo el que nos une a Cristo que intercede continuamente por nosotros ante el Padre, y hace fecunda nuestra oración. Por eso, cuando rezamos nuestro horizonte es inmenso y nos dejamos interpelar por el grito que lanzan los hombres y mujeres de nuestra generación a la que servimos rezando, seguras de que como dijo S. Ignacio de Antioquía, cuando nos reunimos con frecuencia para orar, se debilita el poder de Satanás, y llevamos alivio a las heridas físicas y espirituales de tantos hermanos nuestros.
“Cada monasterio será como un cenáculo donde,
en compañía de María, la Madre de Jesús,
las monjas implorarán por la plegaria la acción del Espíritu Santo
en el Pentecostés permanente de la Iglesia”
(Constituciones 22)
La oración litúrgica se prolonga en la oración personal, que es encuentro a solas con Dios, tiempo de especial intimidad con el Esposo. Estar con Él en silencio, escucharle, dejar que nos ilumine, fortalezca o consuele, aprenderlo todo de Él, amarle, adorarle, darle gracias, presentarle las preocupaciones y necesidades de todos los hombres, especialmente de los sacerdotes y de los que viven en las tinieblas del pecado o están tentados.
Parte esencial de nuestra vida de oración es también la Lectio Divina, en la que meditamos la Palabra de Dios a solas o en comunidad y dejamos que las Sagradas Escrituras vayan “evangelizando” nuestros afectos, sentimientos, pensamientos, actitudes, ... creando en nosotras un corazón nuevo, un corazón puro, un corazón contemplativo que aprenda a descubrir a Dios en todo y en todos, con una mirada de fe, esperanza y amor que vaya más allá de las apariencias.
Estos son los pilares que sostienen nuestra vida de oración y nos ayudan a caminar en la Presencia del Señor, queriendo vivir todo unidas a Él, llenando de amor cada instante de nuestra vida.
Nuestro trabajo cotidiano es el cuidado esmerado de la Iglesia y la Liturgia, la atención llena de amor y veneración a nuestras hermanas mayores o enfermas, la elaboración de dulces artesanos en nuestro Obrador, de escapularios y otros trabajos de costura y los quehaceres cotidianos de cualquier familia: cocina, limpieza y mantenimiento de la casa, lavadero, ... Trabajamos en un clima de silencio y oración, de vigilancia amorosa que busca en todo la voluntad del Padre, ofreciendo unidas a Cristo nuestro quehacer por la humanidad, y elevando con frecuencia una oración, alabanza o intercesión por aquellos que más lo necesitan. Por tradición, desde nuestros orígenes en el Monte Carmelo la capilla es el corazón del monasterio, allí encontramos al mismo Cristo que nos espera en el Sagrario. Es por esto que la carmelita a lo largo del día busca momentos para hacer visitas al Santísimo Sacramento, adorarle, renovar su oblación, encontrar fuerza en la propia debilidad, interceder por alguien ... Otro espacio “sagrado” de encuentro e intimidad con Dios para la carmelita es su celda, como lugar de recogimiento, soledad y silencio, propicio para el estudio, la oración y el descanso.
La formación humana, espiritual y carismática es importante también en nuestra vocación, no solo en los comienzos, sino a lo largo de toda la vida. Dios renueva cada día su llamada, y es necesario vivir en continua conversión y crecimiento, si no se quiere perder el camino. Por eso es cuidada tanto a nivel personal como comunitario, a través de la lectura espiritual, cursos de formación, capítulos semanales y otros encuentros comunitarios de renovación y revisión de vida, que nutren y custodian la fidelidad al carisma y a la misión, avivan la llama de la fe, la esperanza y la caridad, y nos ayudan a discernir unidas la voluntad de Dios en el día a día comunitario.
Los momentos de recreación comunitaria que también tenemos cada día, equilibran nuestra jornada de oración y trabajo, y son una llamada a la alegría, a salir de nosotras mismas para hacer comunidad. En ellos escuchamos y compartimos con las hermanas lo que vivimos, buscando hacer felices a las demás, fortaleciéndose el espíritu de familia que nos une y volviendo al silencio orante que envuelve nuestra vida con renovado impulso.
En comunión
con los santos y los ángeles
Junto con María, nuestra Santísima Madre y San José, a quien veneramos con gran devoción en el Carmelo, los santos y los ángeles acompañan nuestro caminar cotidiano. A ellos nos unimos en Cristo, “en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hch. 17,28) en nuestra oración litúrgica y personal, dando gloria al Padre e invocando el don del Espíritu Santo para toda la humanidad, en el Pentecostés permanente de la Iglesia (Const. 22). La ayuda de su intercesión y sus vidas -en las que contemplamos las maravillas de Dios- nos iluminan, fortalecen y alientan en la misión, llenando de esperanza el combate de cada día, en nuestro empeño de volvernos a Cristo y renunciar a todo lo que nos separa de Él, en la certeza de que con nuestra vida oculta entregada del todo a Dios podemos colaborar a la salvación eterna de los que nos han sido confiados.
"Bendito y alabado seas por siempre Señor"