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MARÍA

-LA SEÑORA DEL LUGAR-

Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo

El amor y la devoción a María como Madre, Reina y Señora del Carmelo, el deseo de imitar sus virtudes y su protección maternal, tierna y constante, pertenecen a nuestros orígenes, e hizo que pronto los primeros carmelitas comenzaran a ser conocidos como “Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”, que será, hasta el día de hoy, el nombre oficial de nuestra Orden.

 

La devoción mariana de nuestros padres del Monte Carmelo queda expresada en la dedicación de la capilla que está situada según indica nuestra Regla "en medio de las celdas y allí os reuniréis de mañana todos los días para participar en la celebración eucarística", lo que en un momento histórico en que lo habitual era participar de la Eucaristía solo el domingo, nos dice la gran importancia que tenía para ellos. Que el lugar donde celebraban la Santa Misa, fuera el centro arquitectónico del primer Carmelo, es expresión de que era el centro de su vida, la fuente de donde manaba su vida interior, su unión con Cristo y en Él con los hermanos.

 

Por un documento que se conserva, escrito entre los años 1220 y 1229, sabemos que dicho oratorio fue dedicado a Nuestra Santísima Madre como Patrona y Señora del lugar, y esto, en el contexto de la Edad Media encierra una profunda significación espiritual. Entre el patrono y el vasallo se daba una especie de contrato bilateral. El patrono protegía al vasallo y se comprometía a proporcionarle cuidado, comida, vestido, vivienda. Y el vasallo se comprometía a entregarle su persona, servicio, trabajo y ayuda especialmente en las luchas contra otros reyes y señores feudales. Llevando a su relación con María esta dedicación, los primeros carmelitas expresaron una  relación de “Alianza” -en lenguaje bíblico- entre María y el carmelita.

 

La intimidad y familiaridad de vida con María es algo que define al Carmelo, parte esencial de nuestra identidad, que resplandece en todos nuestros santos.

 

Ella nos acompaña y guía como Madre, Hermana y Maestra en nuestro seguimiento de Cristo. Su Corazón Inmaculado y su vida es -en el día a día del Monasterio- fuente de inspiración en la fe, la esperanza y la caridad , torrente de luz que nos instruye internamente y refugio seguro donde descansar y encontrar fuerza en las dificultades. En Ella la carmelita contempla la imagen perfecta de lo que anhela y desea ser para Dios y para el mundo (Cf. Constituciones 17).

El Santo Escapulario

 

 

En torno al año 1238 los primeros carmelitas comenzaron a abandonar tierra santa "no sin pena y gran aflicción" debido a la invasión de los sarracenos que hacía cada vez más dificil la situación de los cristianos. Estos acontecimientos dolorosos, se convirtieron en un verdadero Kairós, ya que impulsaron la expansión del Carmelo por toda Europa.

Una venerable tradición sitúa la entrega del Escapulario a San Simón Stock el 16 de julio de 1251, en este momento de adaptación y gran dificultad para la Orden a su llegada a Europa en el peligró su existencia, y en el que San Simón oraba con el Flor del Carmelo a nuestra Madre suplicándole con gran fervor el auxilio de su protección.

 

El Escapulario es así un signo sencillo y humilde que evoca dos verdades centrales en nuestra espiritualidad.

 

La primera es la experiencia de la protección continua de la Virgen Santísima sobre el carmelita, no solo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento de la muerte, y en la purificación final. 

“Dulce Presencia de Madre y Hermana

en quien confiar”

 

La segunda es que siendo el Escapulario esencialmente un hábito, expresa el compromiso de quien lo viste de revestirse de Cristo, bajo el "magisterio" de María -Madre, Hermana y Maestra-  y manifestarlo vivo en sí para bien de la Iglesia y de toda la humanidad.  

“Imagen perfecta

de lo que anhelamos y esperamos ser

Su sencillez y su color marrón nos hacen presente la humildad de María y todas sus virtudes, como tierra buena que acogió la Palabra y en la que fructificó de manera única el Verbo de Dios. Y el blanco de nuestra capa nos hace presente su pureza, de su Inmaculado Corazón  al que nos consagramos y cuya belleza queremos reflejar en el acontecer de cada día. Así quien viste el Escapulario se une a nuestra Orden, pasa a formar parte de la gran familia del Carmelo que es toda de María, y es llamado a subir de su mano al monte de la intimidad con Dios.

«Mujer, ahí tienes a tu hijo». 
«Ahí tienes a tu madre».

Juan 19,26

(Santa Teresita del Niño Jesús)

“Madre, tú me haces comprender

que no es cosa imposible caminar tras tus huellas...

el camino del cielo dejaste iluminado.”

 

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