PROFECÍA
"... carta de Cristo, escrita con el Espíritu de Dios" (2ª Cor 3,3)
UNA VIDA QUE HABLA
DESDE EL SILENCIO...
Nuestra identidad carmelita, tener como fuente de inspiración al profeta Elías, reaviva en nosotras el don recibido en el bautismo, la misión profética que nos fue confiada.
La profecía -según el sentido bíblico- no es ante todo predicción del futuro, sino luz que ilumina el presente y nos ayuda a encaminar nuestros pasos por las sendas de la voluntad de Dios, hacia el Cielo. Así, cuando el profeta habla del futuro es para llenar de Vida el momento presente.
Los profetas nos llaman a conversión, denuncian el pecado como la verdadera tragedia de nuestra vida, pero también traen consuelo y esperanza a nuestro sufrimiento y nos hablan del Amor eterno de Dios.
Así, nuestra vida contemplativa carmelita quiere ser, en su sencillez, humilde profecía para nuestra generación, anuncio callado del Amor incondicional de Dios, advertencia amorosa de lo que no conduce a la Vida, grito silencioso, llamada a volverse a Dios, a cuidar lo interior, a contemplar con los ojos de la fe lo que acontece, y ver más allá de las apariencias. Ayudando a nuestros hermanos a descubrir la Presencia del eterno “Emmanuel” -Dios con nosotros- que nos ama, nos busca, nos perdona, nos salva y jamás nos abandona, y en todo tiempo derrama su gracia y misericordia, haciendo maravillas en los pobres y humildes de corazón. Fortaleciendo en nuestros hermanos la certeza humilde y serena, la esperanza segura de su victoria final sobre todo mal.
Como todos los profetas también nosotras “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotras” (1Cor. 4,7), y nos reconocemos discípulas de Cristo siempre en camino. También nosotras debemos velar y orar para no caer en tentación (Mt. 26,41), pero la experiencia cotidiana de la misericordia de Dios en nuestra vida, y de su poder en nuestra debilidad nos hace cada día, librar con gozo el buen combate de la fe, ya que solo la fidelidad a nuestra vocación dará fuerza y fecundidad a la palabra silenciosa que dirige al mundo nuestra vida escondida.
"Con vuestra vida transfigurada y con palabras sencillas, rumiadas en el silencio,
indicadnos a Aquel que es camino, verdad y vida,
al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia. (…)
Mantened viva la profecía de vuestra existencia entregada.”
(Papa Francisco Vultum Dei quarere 6)
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Profecía
de un Amor eterno
"nunca más tendrá sed"
En una sociedad en la que tantos buscan la vida en el placer, el tener y el poder, el seguimiento de Cristo pobre, virgen y obediente tiene un fuerte sentido profético, que en nuestro caso hace acentúa la clausura, que supone una renuncia libre y gozosa al espacio, los contactos y a tantos bienes de la creación.
Mucha gente cuando nos conoce se cuestiona ante nuestra alegría. Una vida oculta, sencilla y despojada de tantas cosas que el mundo considera imprescindibles para ser felices, abre un interrogante en su interior y les anuncia calladamente que Dios existe, que solo una cosa es necesaria (Lc. 10,42), que es Él quien sostiene nuestra vida y el motivo de nuestro gozo.
Cada una de nosotras tenemos una historia de salvación, una vivencia única y personal de encuentro con este Amor que nos cambió la vida y del que damos testimonio con nuestra propia existencia consagrada a Él. Sabemos por experiencia que sólo Él puede saciar la sed más profunda de nuestro corazón, la de un Amor incondicional, que nos abrace y salve en nuestra realidad, con nuestra historia, tal y como somos. Un Amor eterno que no acabe en esta vida, sino que permanezca para siempre, y nos conduzca a la Vida eterna. Es la “Perla preciosa” que desbarató nuestros planes, y nos hizo dejar todo con la alegría y la gratitud de quien se descubre llamada, sin merecerlo, a ser cauce de su infinita misericordia para nuestro mundo confuso, herido y sufriente.
Experiencia profunda de ser amadas por Él, su Amor siempre nos precede. Él nos llamó por nuestro nombre y encendió en nuestras almas el deseo ardiente de ayudar a otros a encontrarse con Él. Sello imborrable que acompaña nuestra vida en sus noches y amaneceres. Experiencia que se renueva cada mañana y nos sostiene en la misión.
Profecía de eternidad
Anticipo del cielo
Muchos hombres y mujeres de nuestra generación han olvidado su destino eterno y sofocado, -engañados por el maligno y por este mundo-, esa nostalgia de cielo, de Dios, de eternidad que late en su corazón creado a imagen de Dios. Se estrecha el horizonte y aparece la angustia y el sinsentido ante el dolor y la muerte que no podemos evitar.
Nuestra vida contemplativa anticipa y fija la mirada en el Cielo, en la Vida eterna, -el horizonte verdadero de nuestra vida- y encuentra la razón más profunda de su misión en la salvación eterna de las almas.
Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tm 2, 4) y es ese mismo deseo el que impulsa nuestra entrega, llena de fuerza y sentido nuestra vida cotidiana en el monasterio con sus alegrías y sufrimientos y nos ayuda a vivirla con intensidad, como talento que Dios pone en nuestras manos para dar Vida al mundo.
Nuestra vida es así, silenciosamente, profecía de eternidad, anuncio de las realidades futuras e invitación a mirar al cielo, a tener presente que somos peregrinos y que la vida no acaba con la muerte. La intensa vida litúrgica cuidada y vivida en el monasterio, es preludio y anticipo de la liturgia celestial de la Nueva Jerusalén hacia la que caminamos como peregrinos, cielo en la tierra, adoración, alabanza y acción de gracias al que nos amó y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, que está sentado a la derecha del Padre (Cf. Ap. 1,5.; Const. 62)
Contrariamente a lo que muchas veces se piensa, mirar al cielo hace más consciente nuestro amor al momento presente, y desde la unión con Dios, se fortalece nuestro compromiso por llevar alivio al sufrimiento y al vacío de tantos hermanos. Pero como buen padre o madre que no se conforma con procurar bienes temporales para sus hijos o con quererlos en su fragilidad, sino que los ayuda a crecer en el amor y en la vida verdadera, oramos para que todos alcancen la plenitud de su corazón que se encuentra en Dios y para que sepamos ver en todo lo que acontece oportunidades para volvernos a Cristo, para crecer en la fe, la esperanza y la caridad.
Profecía de gratuidad
"el amor no pasa nunca"
En una sociedad caracterizada por la eficacia, la inmediatez, el culto a la imagen y el materialismo, donde tantas veces se valora la vida humana por su “utilidad” o apariencia, nuestra vida carmelita íntegramente contemplativa es un escándalo en su gratuidad e “inutilidad”. Pero un escándalo que se puede convertir en testimonio silencioso de Dios de otros valores: trascendencia, interioridad, gratuidad, pureza, alegría, sencillez, paz, comunión, … tanto para los cercanos como para los más alejados de Dios, para los que quisiéramos ser “oasis de amor gratuito” (Benedicto XVI) a través de la oración, la acogida y la escucha de quienes se acercan a nosotras buscando consuelo, luz o intercesión por sus necesidades.
Viviendo el ideal puramente contemplativo con que nación nuestra Orden, como raíces que dan vida al árbol, nuestra vida oculta descansa en el Padre “que ve en lo secreto” (Mt.6, 4.6.) y ante el cual “un poco de amor puro es más precioso y más provecho hace a la Iglesia que todas esas obras juntas” (San Juan de la Cruz). Suplicar a Dios y cultivar la pureza de corazón a la que nos llama nuestra Regla: amor que se abre sin temor y sin reservas a la acción purificadora de Dios, caridad silenciosa, humilde, paciente, carente de esplendor y de éxitos externos, servicio que no quiere protagonismos, sino que simplemente deja hacer a Dios. Belleza interior, esta quiere ser nuestra particular contribución a la evangelización, la esencia de nuestro testimonio.
Y esto en pura gratuidad como nos exhortó San Juan Pablo II “sin pretender siquiera saber cómo utiliza Dios vuestra colaboración”. Nosotras lo veremos en la eternidad...
Profecía de fraternidad
verdadera familia ¡hermanas en Cristo!
En el Monasterio cada jornada es vivida en un ambiente de familia. En un mundo dividido por los odios y los intereses particulares, que promueve el individualismo y el culto al propio yo, donde el amor depende del sentimiento y se rompen relaciones cuando aparece la dificultad, nuestra vida fraterna es un testimonio particularmente elocuente y necesario, porque anuncia sin palabras que el amor de Cristo, derriba los muros que a veces nos distancian por edad, cultura o forma de ser, y hace posible el milagro de una comunión profunda y verdadera en la diversidad, hasta dar la vida unas por otras en lo concreto de cada día.
Don precioso, primera y eficaz forma de evangelización, la fraternidad cimentada en el Amor de Dios, que permanece en las dificultades, supera los conflictos desde el perdón y camina con sencillez y alegría, es algo que interpela con fuerza a quien se acerca a nosotras.
“En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn. 13, 35)
Además, nuestra fraternidad no acaba en los límites de la comunidad, sino que es universal, y se extiende no solo a los monasterios de nuestra Federación y Orden con los que compartimos el gozo de una misma misión y carisma; sino también a nuestra Iglesia diocesana de Huelva, con la que caminamos en una comunión profunda y a toda la Iglesia universal; abrazando también en nuestro corazón a toda la humanidad, cercanos y lejanos, creyentes y alejados, como hermanos e hijos por los que dar la vida.