ELÍAS
CONTEMPLATIVO
Y PROFETA
La memoria de San Elías estaba muy viva en el Monte Carmelo, cuando los primeros carmelitas se establecieron allí, junto a la fuente llamada “de Elías”, continuando la larga tradición de presencia eremítico-monástica en el monte santo.
Se podría decir que, junto con el agua de la fuente, bebieron también su espíritu. Desde los orígenes, el Carmelo ha considerado a Elías, contemplativo y profeta, como “Padre” e inspirador, ya que su vida proyecta luz y ha sido fuente de inspiración para todas las generaciones de carmelitas.
Su celo por la gloria del único Dios verdadero, su palabra que ardía como antorcha, su obediencia a la voz de Dios que le envía, su audacia santa, su noche oscura y oración confiada iluminan nuestros senderos.
San Elías, según la Escritura, es un “hombre de Dios” (1Re 17,24) como reconoce la viuda de Sarepta, pero a la vez contemplamos en su historia que es también un hombre “semejante a nosotros en el sufrimiento” (St. 5, 17), que experimenta la debilidad, el cansancio, el miedo…
También nosotras como él tenemos que pasar por el desierto para alcanzar el monte Horeb, la montaña de Dios, y dejar que allí Dios nos purifique, nos fortalezca con el Pan de Vida, y nos enseñe a descubrir su Presencia y “Kairós” en el susurro de la brisa suave, en lo sencillo y humilde, en lo cotidiano, en lo inesperado, en el sufrimiento.
Las monjas carmelitas, como todos los miembros de la Familia del Carmelo, sentimos que, en cierto modo, somos como Eliseo, herederas de aquel manto que cayó del cielo, entre las llamas del carro de fuego. Manto que nos recuerda la necesidad de atraer sobre el mundo la lluvia de la gracia con nuestra oración perseverante y la urgencia de vivir con radicalidad nuestra vocación como profecía para nuestro mundo que también adora “otros dioses” buscando la vida que sólo se encuentra en el Dios vivo y verdadero.