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Elige la Vida

Foto del escritor: carmelitas aracenacarmelitas aracena

Al comienzo de este nuevo año que Dios nos regala, os invitamos a orar con el salmo 1, que tiene una resonancia especial en nuestro corazón porque el versículo dos inspira uno de los pilares de nuestra espiritualidad carmelita, que nos llama a velar en oración “meditando día y noche en la ley del Señor” (Regla [10]), como tantas generaciones de hermanos y hermanas que vivieron  siguiendo las huellas de Nuestra Santísima Madre que guardaba y meditaba todo en su corazón y abrazó con un "Hágase" la Palabra del Señor, no solo en la anunciación, sino también en el calvario y a lo largo de toda sus vida.

 

1Dichoso el hombre

que no sigue el consejo de los impíos,

ni entra por la senda de los pecadores,

ni se sienta en la reunión de los cínicos;

2sino que su gozo es la ley del Señor,

y medita su ley día y noche.

 

El salmo 1 es un pórtico a todo el salterio, un preludio lleno de sabiduría que nos sitúa de modo sencillo, pero radical, frente al misterio de nuestra libertad ante el Amor infinito de Dios que se ofrece, llama a la puerta de nuestro corazón e ilumina nuestra conciencia, pero nunca fuerza. Nos ayudará a entenderlo traer a nuestra memoria las palabras de Moisés al pueblo en el desierto:

 

“Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. ELIGE LA VIDA, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a él, pues ÉL ES TU VIDA…” (Dt 30,19)

 

Supliquemos con fe al Señor que nos fortalezca para elegir la VIDA cada día, tomando conciencia de que elegir supone siempre renunciar. Y elegir a Cristo supone renovar cada mañana nuestro bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas, seducciones y a todas sus obras. Renunciemos con la fuerza del Espíritu Santo, a todo pensamiento, sentimiento, deseo, acción u omisión, contrario a la voluntad del Padre, y volvamos una y otra vez a Cristo, a su Palabra: nuestra Vida y Salvación.


Encontremos nuestro gozo en la ley del Señor, acostumbremos nuestras almas a meditarla día y noche, porque la Palabra no solo se medita en la liturgia o en los momentos del día que reservamos a la oración, sino que acompaña nuestra existencia, la ilumina, la guía y orienta y se hace nuestra dulce compañera de camino habitando en nuestro corazón (Regla [19]).


Sin olvidar que redescubrir el tesoro de la Palabra supone también redescubrir el valor y la necesidad de silencio para que “pueda encontrar morada en nosotros como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente” (Benedicto XVI).

 

3Será como un árbol

plantado al borde de la acequia:

da fruto en su sazón

y no se marchitan sus hojas;

y cuanto emprende tiene buen fin. 

 

Meditar, guardar y vivir la Palabra como nuestra Madre, nos conduce a la intimidad con Dios, nos une a Él, y va formando en nosotros, poco a poco, día a día, su mente y su corazón. La Palabra “evangeliza” nuestros afectos, sentimientos, palabras y actitudes y los hace semejantes a los de Cristo. Y esto nos hace fuertes en Él, nos asemeja a un árbol plantado al borde de la acequia porque "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), nos dice el Señor, “venid a mí, escuchadme y viviréis” (Is 55,3).


A veces nos toca atravesar valles oscuros que nos impiden ver los frutos, pero la promesa del Señor permanece y se cumplirá a su tiempo. Sólo a su tiempo recogeremos los frutos de haber permanecido fieles a la Palabra, y nuestra vida tendrá buen fin, por caminos diferentes quizás a los que pensábamos, pero la promesa se cumplirá y gozaremos de la eterna bienaventuranza, de modo imperfecto en esta vida y en plenitud en la eterna. No nos dejemos engañar por la mentalidad del mundo que prometiendo vida conduce a la muerte “serán paja que arrebata el viento”. Tengamos siempre presente que ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida (Mt 7,13).

 

4No así los impíos, no así;

serán paja que arrebata el viento. 

5En el juicio los impíos no se levantarán,

ni los pecadores en la asamblea de los justos. 

6Porque el Señor protege el camino de los justos,

pero el camino de los impíos acaba mal.

 

Los impíos son aquellos que carecen de piedad, aquellos que rechazan la Palabra de Dios y, como expresa el salmo 107, yacen en oscuridad y tinieblas, por haberse rebelado contra los mandamientos, despreciando el plan del Altísimo (vv. 10-11). Los verbos que usa el salmista referidos a ellos nos invita a no seguir sus caminos y a no “sentarnos” con ellos como expresión bíblica de comunión de vida.


Nosotros, somos llamados a seguir las huellas de Jesús que se sentó con los pecadores, pero no para aprobar su conducta, vivir como ellos o dejarlos sin más en su situación de pecado, sino para mostrarles todo su Amor llamándolos a conversión, tendiéndoles la mano para volverse a Él, porque como Él mismo dijo, a quienes le criticaban por sentarse a comer con publicanos y pecadores, «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mc 2, 17).


Y en el buen combate de la fe avancemos también nosotros en la "noche", como nuestra hermana santa Teresita, cuyo corazón ardía en deseos de salvación para todos los hombres, especialmente los más pecadores: redoblando los actos de fe, orando como ella por su salvación eterna y ofreciendo nuestros padecimientos, pequeños o grandes, por su conversión. 


Que por la misericordia infinita de Dios -que envió su Palabra (a su propio Hijo) para curarlos, para salvarlos de la perdición- podamos dar gracias a Dios con el salmo 107 por las maravillas que hace con los hombres, porque los sacó de sombrías tinieblas y los arrancó de su tribulación. Que la Palabra, viva y eficaz, acogida en sus corazones les abra las puertas de la VIDA.

 

Terminamos invitándoos a leer y meditar un pasaje de Historia de un alma, la autobiografía de nuestra querida hermana santa Teresita, en el que da testimonio de su experiencia.





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