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"... para que nos guarden en nuestros caminos"

Foto del escritor: carmelitas aracenacarmelitas aracena



Al comienzo de este mes de octubre, en vísperas del día 2, fiesta de los santos Ángeles, damos gracias a Dios por su fiel protección, y os invitamos a hacer más consciente, viva y cercana vuestra relación con vuestro Ángel de la guarda, presencia fiel que nos custodia en nuestro peregrinar hacia el Cielo, nos defiende del maligno y guía nuestros pasos por el Camino de la Vida.


No olvidemos la promesa que Dios hizo al pueblo elegido, y en él a cada uno de nosotros: “Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado. Hazle caso y obedécele. … Si le obedeces fielmente y haces lo que yo digo, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios serán mis adversarios” (Éxodo 23,20ss).


Y oremos para que los santos Ángeles, a los que Dios ha dado órdenes para que nos guarden en nuestros caminos (Salmo 91,11) protejan y guíen al Santo Padre y a toda la Iglesia en el camino sinodal, y nos ayuden a vivir a todos unidos en Cristo, Camino, Verdad y Vida y a resplandecer con su belleza para que el mundo crea.


Podemos reconocernos también en la experiencia de noche del profeta Elías, que perseguido y lleno de miedo, se desea la muerte y en su postración es un ángel el que le invita a levantarse y a comer un pan, en el que encontró la fuerza para caminar “cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios” (1Reyes 19, 1ss), prefiguración del don supremo de la Eucaristía, verdadero Pan del Cielo.


Y sobre todo hagamos memoria de cómo los ángeles acompañaron la vida del mismo Cristo, siendo testigos privilegiados de su encarnación, nacimiento, combate, agonía, resurrección y ascensión. Que hoy nos conmueva el recuerdo de cómo en Getsemaní se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba, cuando en medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre (Lucas 22,43).


Meditemos llenos de gratitud sobre la presencia y misión de los Santos Ángeles, en nuestra propia vida, especialmente en los momentos de prueba, volviendo también a rezar esa sencilla oración que seguramente nos enseñaron cuando éramos niños nuestros padres y abuelos, y confiemos en su auxilio y protección.


Ángel de mi guarda, Dulce compañía, no me dejes solo/a, ni de noche, ni de día,

no me dejes solo/a que me perdería.


Que fieles a sus inspiraciones podamos ser también nosotros “ángeles”-mensajeros de la Buena Noticia para esta generación en la que muchos hermanos nuestros yacen en oscuridad y tinieblas, cautivos de hierros y miserias; por haberse rebelado contra los mandamientos, despreciando el plan del Altísimo (Salmo 107,10). Que, con la ayuda de los ángeles, seamos como ellos servidores de Dios y de los hombres, prontos a la voz de su Palabra (Salmo 103,20), y nuestras vidas en Cristo sean bálsamo que sane, alivie, sosiegue, ilumine y alegre la oscuridad y el dolor de tantos.


Que Santa Teresita, cuya fiesta celebramos hoy 1 de octubre, que cultivó la intimidad con su ángel de la guarda, y además desempeñó el oficio de "ángel" de las nuevas hermanas que ingresaban en el convento, nos conceda su celo por la salvación de las almas hasta dar la propia vida.


¡Oh Señor justifícanos,

que todos los que no están iluminados

por la luminosa lámpara de la fe,

por fin, la vean brillar!

(Santa Teresita del Niño Jesús, Ms C 6r)


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